Al segundo día empezó a sentir odio, sólo odio ¿Cómo era posible que todo hubiera ido tan rápido? Quizá los virus y miasmas, aquella temperatura inestable o un cielo azul insultante provocaron aquel el resultado de aquel desmán.
No quería hablar de nada, pero él seguía insistiendo ante todo, por encima de y contra todo pronóstico, en mantener aquella sarta de tópicos y preguntas, paliativa de una total falta de sexo sobre un monotema: comida. Comida a todas horas, en cualquier trance: cenas, cocinas, menús, pinchos, comidas, meriendas, que hacer de comer y cuando ir a comer. Variedades de patatas autóctonas, alóctonas o aborígenes, terneras en cortes y cuartos, pantagruélica grasa invisible goteaba por las comisuras de sus labios en un rapto de delectación pecaminosa y toneladas de viandas acababan pasando por su boca en segundos con denominación de origen incluida. Escarnio y azote,anatema, a cualquier indicio ante nuevas cocinas, raciones minimalistas, o sutiles y delicadas texturas.
Aquellos monólogos salpicados de incontestadas preguntas en tercer grado, solían acompañarse de sus largas y repentinas ausencias en las que encontrar algún otro interlocutor que también le escuchase disertar y quedará maravillado ante tanta y tan rica prosa culinaria, llegar ante los admirados ojos de los demás a ser conocido por su buen yantar. Eso sí, siempre la ley del pobre, reventar antes que sobre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario