viernes, 8 de junio de 2012

Cenicero

Deposita la ceniza del cigarrillo anterior. Un paquete acabado que arruga, uno nuevo del que va extrayendo el siguiente cigarrillo.

Mira por la ventana, volutas de humo se escapan atravesadas de rayos de un sol que atraviesa la ventana, motas de polvo que caen despacio y convierten el mundo en un cosmos pequeño y desapercibido a otros pero que siempre consigue ver, cada vez más frecuente y nítidamente.

Otro cigarrillo, encendedor y cajetilla extraída de un cartón, el perro cerca que mira comprensivo cuando le habla.

Ahora atiende el leve murmullo, la agitación que le vuelve a acompañar, lavarle, limpiarle, cambiarle, y sentarle otro día más en el sillón de mimbre y, entre almohadones, acomodarle, una guardia amable, unos cariños y caricias en la cara. Quizá esa tarde tengan alguna visita fugaz, algún amigo de los hijos que se quede un rato más, ella al menos siempre lo intenta.

La sonrisa desvaida como el color de su pelo, los sueños vagarosos y el cenicero siempre cerca, ese aura ahumada, la misma escena que compone desde hace 16 años.

Todos le dicen que salga, que se vaya un momento y a veces sueña que lo hace, pero el miedo al adiós no dado, el miedo a que él tenga miedo porque él no puede decirlo, hace tanto tiempo que olvidó quién es exactamente ella y desde luego quién es él, consiguen que siga otro día más, otra noche más a su lado sin salir jamás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario