Toda guerra fría usa de los miedos atávicos e innombrables de los ciudadanos, esos seres envueltos en deberes y atados con un toque de derechos para que quede aparente.
Hay guerras calientes que despedazan y hacen saltar por los aires, pero éstas no. Se comen frías y crudas, se destilan horadando nuestra inconsciencia en un gota a gota insensible y aceptado, casi aceptable.
El mundo en manos de la irresponsabilidad, de la corrupción, de crisis financieras que financiamos ciudadanos apaleados. No te doy un crédito, te subo impuestos y te recortó prestaciones sociales, arrima el hombro jubilado, suelta tu óbolo parado, arrima tu ascua a la sardina del "probe" banquero.
Guerras frías, como la venganza comestible, que usan de la masa y la opinión para demoler y enajenar, de sentimientos primigenios: miedo, ira, hambre, envidia, para ganar y seguir dividiendo.
Nada mejor que hacer temer, que usurpar y engañar: no hay trabajo, llevar al límite y conseguir cuatro vueltas de tuerca en lugar de una alrededor del cuello de las masas votantes, derecho al voto, derecho a ¿cuántos derechos que no se cumplen e ignoran? ¿Hasta donde la tortura legalizada? Es posible denunciar al Estado por tanto error y omisión de Justicia.
Presunciones olvidadas u omitidas, información que escupe y mancha, el derecho a la protección de datos que se descuida, informativos, profesionales del periodismo dedicados a tildar y opinar al son del sol que más caliente y de la guerra más fría y servil.
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