domingo, 17 de junio de 2012

Wendy

Eras una niña pequeña, viva y despierta,

tus ojos veían y amaban todo,

todo lo comprendías y aprendías con facilidad,

con felicidad: saber y comprender todo

¿qué podía ser mejor?

La necesidad de saber tanto como del aire,

como del agua.

Pero la mediocridad de muchos,

junto a la envidia de algunos,

te fue envolviendo

en una agonía de extrañeza.

Tú que tanto disfrutabas de aprender

y poder compartir ese saber

te viste abocada a limitación de tus profesores

y a su escarnio

por saber más que ellos,

al rídiculo y la burla de tus compañeros.

Y a cierta edad

comprendistes que sólo el aislamiento

podía librarte de esa exhibición de feria

a la que te sometían si te prestaban atención,

y diseñastes un traje mejor para pasar desapercibida

antes que ser obligada una y otra vez

por la crueldad de la estúpidez.

Y aquel mundo maravilloso, lleno de todo descubrimiento

se empezó a volver borroso y triste,

empañando tus ojos y tus días,

esos días y años que han pasado, ya eres una mujer,

la vida no ha sido fácil, llegaste a duras penas,

dolorosamente, a acabar

aquella estrecha formación

llamada académica

que resultaba tan insuficiente como aburrida

para tu voraz y absoluta filosofía.

Después vinieron los trabajos de crisis,

crisis de tres al cuarto,

cuarto de euro al día,

pese a que sabes tantas cosas

que la mayoría no imaginan,

pero sólo te queda esperar

el siguiente subempleo

de lo que sea y de lo que haya.

Meses de explotación seguidos

de meses de mayor desesperanza.

Eres un genio, eres superdotada,

pero tu mirada triste ya sólo muestra

el dolor lacerante

de todos tus recuerdos

encerrados en la única pregunta posible

¿por qué?

mentras esperas al fondo

en la cola del paro

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