Eras una niña pequeña, viva y despierta,
tus ojos veían y amaban todo,
todo lo comprendías y aprendías con facilidad,
con felicidad: saber y comprender todo
¿qué podía ser mejor?
La necesidad de saber tanto como del aire,
como del agua.
Pero la mediocridad de muchos,
junto a la envidia de algunos,
te fue envolviendo
en una agonía de extrañeza.
Tú que tanto disfrutabas de aprender
y poder compartir ese saber
te viste abocada a limitación de tus profesores
y a su escarnio
por saber más que ellos,
al rídiculo y la burla de tus compañeros.
Y a cierta edad
comprendistes que sólo el aislamiento
podía librarte de esa exhibición de feria
a la que te sometían si te prestaban atención,
y diseñastes un traje mejor para pasar desapercibida
antes que ser obligada una y otra vez
por la crueldad de la estúpidez.
Y aquel mundo maravilloso, lleno de todo descubrimiento
se empezó a volver borroso y triste,
empañando tus ojos y tus días,
esos días y años que han pasado, ya eres una mujer,
la vida no ha sido fácil, llegaste a duras penas,
dolorosamente, a acabar
aquella estrecha formación
llamada académica
que resultaba tan insuficiente como aburrida
para tu voraz y absoluta filosofía.
Después vinieron los trabajos de crisis,
crisis de tres al cuarto,
cuarto de euro al día,
pese a que sabes tantas cosas
que la mayoría no imaginan,
pero sólo te queda esperar
el siguiente subempleo
de lo que sea y de lo que haya.
Meses de explotación seguidos
de meses de mayor desesperanza.
Eres un genio, eres superdotada,
pero tu mirada triste ya sólo muestra
el dolor lacerante
de todos tus recuerdos
encerrados en la única pregunta posible
¿por qué?
mentras esperas al fondo
en la cola del paro
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