Veía como las horas se resistían a abandonar aquel recinto azulado. A veces la perspectiva se hacía infinita cuando sumía sus ojos en una lejanía inexistente, pero siempre acababa en un golpe cortante y brusco para volver al punto presente y cortoplacista de una visión cercana.
La boca se le ha secado, otro día sin hablar con nadie, el despacho es así, a veces nadie viene, no llaman y ni siquiera escriben. A veces no hace falta nada, ni nadie. Un día no hace falta ni él.
Intentará un regreso aferrado a un diario cualquiera, una distracción cualquiera, mezclando desconfianza y un oculto interés a su alrededor mientras una nube de incógnito le resguarda.
Una habitación le espera, no una casa, no una familia, ni siquiera una pareja y tampoco una mascota. Su mundo, sus pertenencias, todo se reduce a una maleta, también el pasado se guarda en ella.
M volvió a entrar en el juego del trabajo dos meses después, quizá había perdido algo pero no recordaba bien el qué.
Llegó dispuesto a hablar otra vez, lleno de explicaciones y anécdotas. La oficina parecía espaciosa y la gente amable, pero había olvidado cortarse las uñas y eso era algo que le martirizaba. Entro en la cocina y uso las tijeras que en ella había, alguién le vió pero no le importó demasiado.
Una semana después oscilaba entre tomar infinitas y caóticas notas inconexas y dormitar ante las explicaciones de un compañero que intentaba explicarle la aplicación que debía usar. No, algo no estaba bien, pero no pasaba nada, todos parecían amables ...
Los primeros viernes de cada mes solían dar un pequeño refrigerio y él estaba encantado con ese ponerse las botas y gratis. Podía, incluso, intentar algún acercamiento a alguna compañera con la que intentar algo más con un poco de suerte. Pero el resto de los días, aquel horario hasta las tantas era insufrible y se dedicaba a hacer una fotosíntesis ectoplásmica en un medio que cada vez se le iba haciendo más hostil. Los compañeros no eran ya tan amables, incluso se atrevían a reconvenirle en alguna ocasión. Había algunos corrillos con risas que se helaban cuando él pasaba.
Algo no iba bien, pero él seguía mirando cada vez más cerca y como un perro hambriento a aquellas compañeras cuyas blusas marcaban provocadores pechos, eso es lo que ellas buscaban sin duda, las muy zorras. Casí podía oler sus coños húmedos.
Cuando recibió la visita de un responsable de RRHH en su propia mesa y ante la vista de todos sus compañeros, suplicó, gritó y amenazó, ante aquella cara atónita, con que si le despedían tendrían que buscarle otro trabajo.
Algo no iba bien, pero él no volvió a ser consciente.
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