En un cajón ordena fragmentos que componen su vida insospechada y que dejará después de su existencia para que otros los encuentren y tal vez la recompongan. Allí están antiguas fotos, con diversos peinados y modas pero, más joven o más vieja, sus ojos delatan quién es y ha sido, quizá el gesto cansado traiciona y vela ligeramente el rostro.
Aparta algunos objetos inservibles, un bolígrafo recuerdo de Chile que ya no funciona, un recogedor de pelo, bueno éste lo rescata por si alguna vez ... No sabe, tampoco tiene mucho sentido dejar crecer ese pelo de animal que se va apagando, cada vez más canas, cada vez menos ganas de vivir como se supone que toca hacerlo. Inaceptable resignación de pesada digestión, mientras sigue hurgando el cajón que contiene esos breves retazos inconexos, quizá debería acompañarlo de un guión o unas instrucciones para que sea comprensible alguna vez a alguien. Un diario vacío con tres hojas arrancadas, en las que escribió algún poema ya muerto y arrojado a la basura. Algunos collares y pendientes, talismanes y fetiches que usó en algún momento de vanidad y coquetería.
Una piedra pequeña de olivina, una diminuta concha y una flor seca, recuerdos, enterrados entre otros recuerdos amontonados, ésto se puede tirar, ésto no.
Ha recuperado las tarjetas de donante de órganos y de ojos para meterlas en la cartera y llevarlas en el bolso, al menos algo importante.
A medida que pasan los años el contenido del cajón se va reduciendo y se va distanciando de cada objeto, de cada recuerdo. Y así sucede con su mente, se va vaciando de tormentos y emociones para dejar sólo pasar el sol para permitir ver y calentar los huesos y la piel. Poco más hace falta.
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