La ventanilla del coche se desliza ante sus ojos perdidos, nada oídos, mientras el murmullo incesante se vierte en aquel habitáculo comprimido de un calor denso, atornillado a la piel, y se condensa en un viejo cansancio de secos, fijos ojos ante lo remoto y lo nunca vislumbrado.
Sólo espera el momento en que las confesiones acaben, no presta ya atención. Nada oídos.
Llegar a casa, habituales preguntas. Se comunica con sus hijos a base de ellas, poco queda por contar, todo por comprender.
Nada oídos, él teclea ante la pantalla sin distinción, ni día ni noche. A veces alcanza la extensión total, el despliegue casi infinito de los medios: Blacberry, I-phone, Chat, Messenger, Twitter, Facebook, fijo y móvil para al final no quedar en nada, nada oídos.
Ella, al otro lado de la pantalla, se pierde entre canciones y ensoñaciones, habla a su propio momento, nada oídos, busca la soledad, el roto en el tiempo que le permita, al fin, escuchar su propia voz mientras nada, se ahoga, en nada oídos.
Ven, cuéntame, dime algo, cuando todo es nada oídos, una excusa para que alguien cuente su historia, otra vez, tantas veces, una vida de explicaciones y excusas, de explicarse a uno y a los otros. Vierta el pretendido sentido de su existencia donde nadie presta nunca atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario