La realidad era que su corazón y su tiempo estaban vacíos. Las horas largas, los días tediosos en una ocupación ingrata y eterna. Sísifo de lo cotidiano, la maldición del ama de casa vuelta contra él. La nevera y la despensa siempre por llenar, los cacharros siempre por lavar, la comida siempre por hacer pese a haber ya comido. Los horarios que nunca coinciden. El peso constante y exacto que aplasta cada día de igual e inexorable manera. Cuando todos, al fin, llegan a casa tampoco es feliz. Apresurados, cansados, no le ven, no hay tiempo, y sus quejas brotan como una hiedra que sólo puede trepar por las paredes.
La realidad es que últimamente no tenía tiempo ni de verse al espejo, sumergida en una vorágine enajenante en gran parte debido no al volumen, si no a la falta de organización del trabajo. Reuniones en las que apenas nada se habla en concreto y menos aún se decide, últimas horas, tensión masticable en el ambiente, y una férrea convicción por mantener el sentido común amarrado en la cordura, hacen los días de una fugacidad engañosa y casi ininterrumpida. Sabe que debe marcar y separar territorios, sabe que no es posible hacerlo ahora, luchar con tesón en una última batalla que no termina nunca, mantenerse en el puesto de trabajo, una amenaza a la orden del día que consigue mayores exigencias productivas con la mitad de plantilla.
La realidad fue que compuso su historia, su enfermedad y justificaciones ante un público fácil, presa del cariño, pleno de tiempo y afecto. Era perfecto, vínculos emocionales sin ningún conocimiento de su persona. Familia, eso bastaba para una plena aceptación y credulidad, y entre los días y las noches orquestó su puesta en escena. Un día de acoso, dos de derribo, sabía bien que él siempre fue un alma sensible, que nunca le dejaría tirado. Conseguir sus propósitos como siempre y para ello nunca había reparado en manipular a cualquiera, pero no por maldad, no, sólo por su incapacidad de decir lo que piensa, pedir lo que necesita, es imposible humillarse así, es imposible confiar en nadie si no se le dirige y lleva adónde uno quiere y necesita.
La realidad será que estabamos equivocados, que toda la vida nos engañamos en pos de una familia, un trabajo, unas relaciones, una estabilidad y nos acabamos perdiendo en lo que dimos en llamar La Realidad.. Y, por supuesto, las nuevas generaciones siempre sabran mejor que nosotros de que va esto de vivir.
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