Otro verano, inconscientes,
cubiertos de azul marino infinito
entre duras piedras calcinadas.
Siempre la herida
rozando el mismo talón.
Sal recogida en los párpados
y del sol la piel mordida.
Flota mi pelo en algas imposibles,
mientras me mira.
Ululado levante,
tarde calurosa
de robados tomates,
olor a higuera
de niñez sempiterna e
infinitas carreras y risas,
entre escondidas cabañas
bajo las altas cañas,
dónde atrae mi cuerpo
tibio de siesta
y, sorprendida,
se adentra en mi boca
sin que yo comprenda.
Sólo suena soporífero
el zumbido de las moscas.
Abre el fruto de mi cuerpo
y me interrogan sus ojos,
de nueva mirada desconocidos,
turbada confusión
y dilatadas pupilas,
que sin haber aprendido
a hablar ese idioma
de latidos y miradas,
de piel contra piel apasionada,
y sin saber todavía sentirlo
mi mente se dispara
y vuela compartiendo alas
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