Sentí que venía
en la tristeza laxa de las hojas
mojadas, en los charcos
reflejando el cielo grisáceo,
apenas alterados de alguna gota
náufraga, circular y concéntrica.
El frío en el alma,
y la sequedad en la boca presagiaban
el fin, la quiebra del día a día,
la rutina y un hombre teñido
en la cola del paro,
la piel revestida de cansancio,
el refugio perdido, la razón helada
ante la impasible mueca
que nunca osamos mirar
y a todo nos encuentra.
Ronda y hostiga inexorable
atrapándonos en la ausencia definitiva
de los demás y nos libera, al fin.
de nosotros mismos
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