De aquellas vidas regaladas, diosas protegidas e idolatradas, poco quedaba. El golpe seco de la muerte descarnada, la desprotección afectiva al descubierto y una edad confusa: demasiado jovenes para morir, demasiado viejas para volver a nacer. Un status que mantener. Hombres hay muchos y hasta hombres buenos, pero no valen.
La educación de otra época, el ritmo de vida no puede bajar, hay que hacer la prospección del mercado y no perder de vista todos los factores. El amor es peligroso, una puede cometer cualquier locura y no es tiempo de perderlo ya.
Quedó la solución de trabajar, aunque nada sabían hacer ni aún menos quisieron aprender, encima con aquellos sueldos, pero siempre algún antiguo amigo, un contacto de aquellos tiempos favorables acabaría haciendo una obra de humanidad, socorrer a las viudas.
Al menos los días transcurrían entretenidos y conocían otras personas. También el levantarse dos horas antes y arreglarse exquisitamente tenía sentido, cada día podía ser una recepción y aunque nada pasase, ellas siempre estarían preparadas para toda eventualidad.
Los puntos de mira pronto convergieron sobre el mismo objetivo, aquel simpático jefe que se acababa de divorciar. Más o menos de su misma edad, coqueto y de buen pasar, además sin hijos.
El paso de los días dejó entrada a una primavera feroz en la que el celo de aquellas hembras asfixiaba hasta el aire. Ellas desplegaban cada día, aún más, sus artes sexuales hasta entonces casi dormidas, artes de antigua usanza y cortejo: miradas, insinuaciones, ropas ajustadas o desabrochadas, descuidados roces y susurrantes secretos de repentina confianza.
Mientras él jugaba sus cartas con las dos ciegas estatuas, divertido y exaltado de su poder sobre ellas, sólo un sueño no se cumplía: someterlas en la misma sesión de sexo juntas. Sueños de seductor.
Ellas planean por separado, conspiran la una contra la otra cuando empiezan las sospechas. Luego vienen los celos, la pasión, las rupturas y broncas, encuentros y desencuentros, la certeza del engaño, los desaires y la pelea abierta por la posesión del macho que cada día está menos interesado en ellas y sus constantes disputas.
Son la comidilla de toda la oficina desde hace más tiempo del que creen. Pero nada importa si alguna de ellas acaba cobrando la pieza y el status, sobre todo el status.
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