Me despojé de la angustía,
abandoné el sufrimiento.
Acecha el otoño en mis sienes
derrumbándose cuando creí
haber dado paz a mis cuidados
sobreponiéndome a la vida.
En rumbo firme y
sosteniendo el pulso, pero
tú no esperas, no aceptas
la paciencia de viejo que sabe
de caminos menos fragosos
pero más largos que sólo
pueden ser transitados
con lentitud y pausa.
Precipitaste tus alas
en focos ígneos esparcidos
en centellas sobre el mar
aqueo acerado y lacerado de espumas.
Alto era tu designio
mas olvidaste el consejo
y la angustía por escapar
no te dejó más salida que
tu propio estrellato
en feroces espejismos de juventud
abismadamente perdida.
Trocando mi conciencia en la tuya,
tu recuerdo en el mío,
oh tú, Ícaro, hijo de mis entrañas
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