Herida la música,
incide en la pena
que arrastro,
señalándome impúdica
pese al hastío
en que me envuelvo
para que duela menos
y pase desapercibido
cada minuto
espantado, bajo un aire
empeñado en
traer el requiebro falaz
de la fortuna.
Apretados, cerrados
los ojos del recuerdo apresado
para volver a traerlo de nuevo
después de hace ya tanto,
demasiado tiempo,
en que debí rendirme
sin fuerzas de amar.
Tembloroso corazón
de loca carrera
a su encuentro,
ayer su diosa,
hoy mendiga
de mi recuerdo,
suertes que siempre
toman revancha
y ponen precio a
la incosciente felicidad.
Sus brazos, a su lado,
reposando: mi lugar
y ahora la noche me usurpa
lejos, sin cobijo alguno
donde ocultarse al desconsuelo,
De músicas que ya ni pueden
acompasar y ni tan siquiera
procuran convertir llantos
en hipnóticos latidos
de embalsamar duelos.
Describo la cicatriz
que dejará el encuentro,
aun ocultada celosamente
en tan cuidada cortesía.
No complicar el correcto ritual
de guardar el miedo,
pero los velos caen
ardientes de la tarde
y traen, de nuevo, la luz dorada
que cubría tu cuerpo
que desgarro, para encontrar
el centro de mi herida
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