El sendero se desdibuja
entre raíces y hojas de otoño.
El silencio apenas amortiguado
por la respiración, cuando los árboles
comienzan a mover sus ramas
provocando el viento,
conjurando desde su vida vegetal
el movimiento y la danza de los elementos,
levantando la voz del aire,
la carrera loca de los susurros,
que persiguen mi espalda y
me hacen volver la cabeza,
buscando lo inaprensible, lo invisible,
aunque sé, presiento,
que viene a por mí.
De nada sirve que calme mi imaginación,
que apresure mis pasos,
que seque mi sudor.
El golpe es seco y me atraviesa,
desnucando mi cabeza,
rompiendo mi mandíbula,
y desorbitando mis ojos
que contemplan colores nuevos,
una nueva luz, una nueva sensación,
hundiendo mis raíces en la tierra amorosa y oscura.
Un nuevo ser convertido en árbol.
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