Siempre enredada en juegos infantiles, inconsciente del mundo masculino salvo por dos hermanos que la hacían rabiar, un niño extraño que, camino del colegio, hacía cosas raras y las asustaba a ella y sus amigas sin llegar a entender que le pasaba, sólo que tenían que salir corriendo. También una figura paterna y autoritaria. En aquella época sólo ellos llevaban los pantalones.
Sus hermanos murmuraban con secreto de vez en cuando, mientras miraban un cartel que un día acabó cayendo en sus manos y abrió, sin que la vieran. Una foto desplegable con la imagen de una mujer completamente desnuda salvo por los tacones, una mujer rubia de gesto exultante, con pezones rojos y un pubis depilado, y aunque ella aun no sabía bien que era lo que veía, sólo sintió que aquella cara de satisfacción, de poderosa diosa Afrodita, la impresionó. Ella se exhibía delante de hombres sin taparse ni mostrar preocupación alguna, sólo era admirada y deseada mientras en las caras del público al fondo de la foto se reflejaban expresiones de deseo, lascivia, codicia. Decidió entonces, secretamente, que también ella sería como esa mujer.
Comenzó, entonces, a ver una realidad que antes no existía y a ser consciente de su cuerpo, una necesidad cada vez más apremiante de explorarlo y medirlo, para saber si estaba en el camino. Luego vinieron otras exploraciones con alguna amiga que le enseñó caricias que le sorprendieron pero no le interesaban demasiado, aunque si le divertía compartir fantasías y sueños. Luego el primer chico, un idiota que la hizo llorar, luego muchos más. Con ellos compartía más caricias y juegos pero no aquellas fantasías ni sueños.
Tras broncas innumerables en su casa y dos implantes de pecho, para dar la talla, ahora trabaja en el Bagdad.
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