La calculadora se había vuelto loca y mostraba toda su pantalla llena de números. También los dedos en el teclado cometían aún torpezas y marcaban N por M por lo temprano de la hora y cierta artrosis en los dedos que entorpecía las impulsos cerebrales sobre ellos.
Sentarse más allá, no, un poco más adelante, tampoco aseguraba no tener que compartir el espacio de cubículo y las sempiternas normas del animal humano enrarecido que generalmente tiende a ignorarse mutuamente.
Resultado: 76 años habían transcurrido desde otro verano flamígero y exterminador, pero ahora los ataques se perpetraban desde las instituciones oficiales a nivel mundial y sus responsables hablaban de astrigencias y restricciones tanto como antes de promesas de futuro y una nueva praxis: cortar por lo sano para salvar lo enfermo.
Las pantallas permanecian mudas mientras escupían teletipos de las noticias que gabinetes de comunicación y aparatos ideológicos preparaban noche y día.
El calor era siempre excesivo durante todos los días del año y oprimía a los habitantes tanto como sus ávidos gobiernos que los controlaban mediante su adicción a los dispositivos móviles y el incesante bombardeo de contradicciones. Indispensable acabar con la presunta cordura, la inteligencia y cualquier tipo de conocimiento que se hubiera adquirido gracias a esos peligrosos estigmas casi obsoletos llamados Cultura, Educación o Ciencia.
Los rostros de aquellos jóvenes estaban demacrados por el exceso de una repentina adicción al tabaco y el insomnio perenne ante una realidad recien estrenada y desnuda. La ilusión del futuro truncado aferrada a la promesa de una incipiente y primera arruga temblando interrogante entre sus ojos.
El miedo loco, la injusticia rampante, el golpe seco de dejar sin suelo los pies, esa constante en la evolución que era avanzar, mejorar, o quizá era sólo el brillo que nos cegó de la ferocidad del consumo que nos prometimos como recompensa, felices y eternos.
Sentarse más allá, no, un poco más adelante, tampoco aseguraba no tener que compartir el espacio de cubículo y las sempiternas normas del animal humano enrarecido que generalmente tiende a ignorarse mutuamente.
Resultado: 76 años habían transcurrido desde otro verano flamígero y exterminador, pero ahora los ataques se perpetraban desde las instituciones oficiales a nivel mundial y sus responsables hablaban de astrigencias y restricciones tanto como antes de promesas de futuro y una nueva praxis: cortar por lo sano para salvar lo enfermo.
Las pantallas permanecian mudas mientras escupían teletipos de las noticias que gabinetes de comunicación y aparatos ideológicos preparaban noche y día.
El calor era siempre excesivo durante todos los días del año y oprimía a los habitantes tanto como sus ávidos gobiernos que los controlaban mediante su adicción a los dispositivos móviles y el incesante bombardeo de contradicciones. Indispensable acabar con la presunta cordura, la inteligencia y cualquier tipo de conocimiento que se hubiera adquirido gracias a esos peligrosos estigmas casi obsoletos llamados Cultura, Educación o Ciencia.
Los rostros de aquellos jóvenes estaban demacrados por el exceso de una repentina adicción al tabaco y el insomnio perenne ante una realidad recien estrenada y desnuda. La ilusión del futuro truncado aferrada a la promesa de una incipiente y primera arruga temblando interrogante entre sus ojos.
El miedo loco, la injusticia rampante, el golpe seco de dejar sin suelo los pies, esa constante en la evolución que era avanzar, mejorar, o quizá era sólo el brillo que nos cegó de la ferocidad del consumo que nos prometimos como recompensa, felices y eternos.
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