La enfermedad fue larga y penosa, la certeza constante de la única solución era que acabara cuanto antes y terminar de una vez tanto sufrimiento en una agonía que nunca aceptó resignado. Su carácter, genio y figura, se reveló aún si cabe más agrio e indómito, incapaz de prepararse para morir como también había sucedido con su vida y la que nos tocó junto a él. Ese padre estricto, maniático, dominante y tirano al que sólo supimos evitar con el tiempo, se nos moría y no se dejaba siquiera consolar.
En un supremo acto de madurez afectiva le cuidamos a turnos, conseguimos a duras penas que comiera y tomará la medicación que no pasará sólo aquel trance. El perdón infinito, la compasión ante el error que había cometido injustamente con todos y cada uno de nosotros, la pena por no poder ayudarle a llegar al fin en paz consigo mismo siquiera.
El testamento fue complicado de descifrar y aplicar entre posesiones y deudas contraídas, una sucesión de contradicciones, haberes y debes que no cuadraba.
Rebuscando papeles encontré las cartas, amarillas, casi pulverizadas dentro de una caja de puros habanos que aún guardaba su aroma oscuro e intenso, iban dirigidas a él pero también había otras que el había escrito, el remitente y el destinatario de unas y otras era el mismo nombre, nadie que yo como hermana mayor recordará de los parientes, amigos o conocidos de la familia.
Hablaban de un verano lejano, un viaje maravilloso, una diversión inolvidable para ir encontrando poco a poco, una a una, el nacimiento de una pasión desbordada y plagada de celos, ansias de un encuentro, quejas y reproches, reconciliaciones y despedidas ... Una correspondencia que abarcaba casi dos décadas y en las que nosotros ya existíamos.
No podía dar crédito a lo que leía, pero ante mis ojos iba apareciendo el hombre que verdaderamente fue mi padre y comencé a comprender todo el odio que había crecido dentro de él, esa vida de negación y obligados cumplimientos contra su propio ser y naturaleza.
La clave de toda nuestra historia, un error y una mentira. Destruí las cartas y nunca dije nada a mis hermanos.
Todos fuimos víctimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario