Retomábamos relaciones baratas. La vuelta atrás por dónde vinimos a dar en un vasto error.
Una vez jugamos a ser poderosos, con más llanto por lo porvenir que aprecio por el haber.
Comenzaba a dudar sobre el sentido que cobran las palabras cuando salen de nuestra boca, de nuestra mano y atraviesan barreras de idioma, cultura, realidad, que nos impiden comprender y atenazan para siempre en lo perdido, en lo imposible.
En el mundo de contratiempos, el tiempo casi inexistente menguaba desparejo con las distancias que habían aumentado gracias a veranos más largos y excesivos. La vida se cubría de una indeleble capa de polvo que se adhería como un tenue vaho y lo impregnaba todo, tanto como el silencio capaz de suspender una constelación de moscas infinitas en el intervalo en que termina de caer una gota de agua distraída, la insensatez de encontrar sentido y repetir llamadas perdidas e inconexas que vamos llamando vida y relaciones.
Atropellan las horas el sentido que no encuentro, la planificación que se pierde en un cajón para siempre. Abandonado el proyecto, aparcado el deambular que nos llevaba y traía con tanta premura, siempre asomados a las mismas noticias que se precipitaron y ahora ni cambian ni mejoran. El engaño manifiesto que tragamos felices en píldoras doradas, veneno y adicción, falacia y sueños, la quimera de la libertad en barras altas y taburetes. Un ocio infinito donde proyectar nuestra infantil perversión, una autoafirmación del error de todos los siglos.
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