Una nueva vida en un remoto lugar. Nos trasplantamos en verano y comencé a llevar a cabo una labor intensa de retos mentales y búsqueda de soluciones. El horario de 7 a 15 horas permitía llevar a cabo el resto de las ocupaciones familiares y personales.
Me habían regalado un módem de 56 Kbps y me conectaba en casa escasamente un hora al día y a ratos perdidos.
Los meses fueron transcurriendo entre un ambiente laboral de amos y estómagos agradecidos que nunca pude comprender y menos compartir. Mi trabajo daba los resultados esperados por mí en la resolución de las necesidades operativas.
Fue llegando el otoño a aquel remoto lugar, donde las calles se fueron vaciando hasta de perros y sólo el viento constante las barría día y noche de las escasas hojas de exiguos árboles.
Días acortados y fríos, cada vez más helados, sobre una tierra dura, dura como el alma de sus habitantes. Pensar es peligroso.
Finalizaba 1999 y hacía meses que no se hablaba de otra cosa más que el efecto 2000 que podría provocar tantos y tan impensables problemas. Se invirtieron dotaciones para el estudio y resolución de los posibles y presuntamente catastróficos efectos. Finalizaba 1999 y comenzaba el 2000. No había sido para tanto, quizá para mucho menos o para nada.
El día 6 de enero pasamos el día, lejos del remoto lugar, con toda la familia. Recibí una llamada especial: un regalo. En ella se me comunicaba que el siguiente día laboral mi horario se cambiaba a jornada partida sin más explicaciones. Asombrada pregunté el motivo y el hecho de que no se me hubiera comunicado en la propia empresa el día anterior. Ninguna explicación.
Inicié un nuevo cometido profesional, ya solucionado el anterior, y me asignaron a una habitación atestada de papeles, facturas, dossieres que en mi nueva jornada partida llevó tres meses de trabajo. El ambiente enrarecido y cada vez más.
Los días fríos y duros, duros como el alma seca de esos seres que me rodeaban. Pensar es peligroso. Al terminar aquella tarea, no había más trabajo, no me daban más trabajo e inventaron cualquier escusa para tenerme como a un niño castigado delante de una pantalla, inventariando moscas.
Volvió la primavera tardía, cuando él tuvo un problema coronario debido al esfuerzo y turnos rotativos semanales mañana y noche, a las mentiras, al dolor de la incertidumbre, los sueños rotos de las promesas incumplidas. Pruebas e intervenciones en una ciudad apartada de aquel lugar. Le pude acompañar los días que estipulaba la ley.
Viernes tarde, salía de trabajar para ir deprisa al hospital, cuando me llamaron. "No vamos a renovarte el contrato, te vas al paro unos meses y luego te volvemos a coger". Sólo eso. Mi voz resonó vibrante; "No hace falta que me volváis a coger nunca. Tengo dos hijos, una familia, y merecen algo mejor que ésto".
Salí disparada a otra ciudad, hacia el hospital, sintiendo en mi diafragma una puñalada que me ahogaba. Mis ojos ya no miraban igual, no comprendía el motivo. ¿Qué más tenía que haber hecho? ¿Besarles el culo? Sólo hice mi trabajo bien ¿Entonces? Pensar y saber son peligrosos. Ser uno mismo también.
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