miércoles, 26 de septiembre de 2012

Cabelleras

Presurosa y agitada, llegué en medio de un extraño día, mezcla de bochorno y algunas frías ráfagas de aire que helaban el sudor en la mañana temprana.

Primero deprisa, luego haciendo tiempo. Aun no había nadie. Una vuelta, un contacto visual y ¿por qué no? una conversación cualquiera. Una pareja madura, él lleva la voz cantante y es comentarista, "de profesión comentarista", recalca. Cualquier trivialidad vale, una broma, un silencio y luego un bostezo contenido que tensa la mandíbula a punto de desencajarse.

Un pequeño revuelo. Alguién llega, debe ser el protagonista del día, el motivo por el que hemos llegado hasta aquí y nos encontramos reunidos.

Su fácil y untuosa familiaridad no está exenta de un atisbo de ángulo oscuro. Un beso demasiado apretado para ser el primero, una proximidad excesiva al hablar que pretende hacer cómplice al oyente. Marketing de editor y compadre añadido al evento como envoltorio, lazo y regalo de oídos.

Aun por llegar otros, así que el artista mientras se entrega a su público que hace cola paciente. Firma a firma, comentario a comentario, y pregunta a pregunta los va despachando.

El desastre, quedar con una, dos, tres y hasta siete personas es tarea ardua y peregrina. De una nada sabemos, otra se tiene que ir antes, otra llegará tarde, otra ha de ir a buscar a un pariente, y otra a que no le lleve el coche la grúa, pues en todo este intervalo ya han pasado más de dos horas. El sol va calentando impíamente entre nubes rápidas que lo esconden de tarde en tarde.

Semejante oleada humana de beatífica e insulsa solidaridad, una marabunta común convertida en caravana de apoyo y buen rollito, la descoordinación humana y también el sol en toda la testa me abocaron a perder todo raciocinio y adquirir aquel fiasco. Aquella chulería castiza, aquel restregar de sentimientos semipúblicos o cuasisecretos, aquel saber y conocer para estar en el rollo me dío un fuerte impulso desde el trampolín hacia un repentino abismo que siempre estuvo allí cuando ya era tarde evitar el tortazo padre.

Aquello fue una tomadura de pelo, una arrancada de cabellera inadvertida, indolora pero nada inocente, de resultado palpable y tangible sobre papel reciclado que, aun así, sigue siendo un auténtico desperdicio, la paja mental de un gran idiota, el desbrozo de otros, el estiércol de algunas fantasías prefabricadas y tomadas en préstamo para un mal uso.

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