Siempre estaba al pie de su portal, al menos cuando yo le veía. De las otras veces supe que podía encontrársele en lugares insospechados, con una sonrisa feliz, la libertad en el pelo y la velocidad que imprimía a los pedales de su bicicleta.
Siempre, siempre le saludé, era algo mayor que yo y sin embargo era un niño eterno en el cuerpo de un hombre.
Iba a algún taller por las mañanas pero por las tardes se escapaba en su bicicleta, alguna vez tuvo alguna caida, pero lo único que le preocupaba, lo peor que podía pasarle, era quedarse sin vehículo.
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