Empecé a ir por allí casualmente, no me fijé demasiado pero él se dejó caer enseguida y con cierta timidez.
Tuve que volver a diario, no me daba tiempo de ir a comer a otro sitio, y él se fue adueñando de la situación poco a poco, era su medio, su lugar de trabajo, y estaba a sus anchas, y cuando me quise dar cuenta al cabo de un mes ya bromeabamos y teniamos una extraña complicidad.
Durante unos días no apareció y entonces me dí cuenta de que le echaba de menos, de que me había acostumbrado a su presencia y bromas que siempre me hacían reír. Al cabo de dos meses, se empeñó en presentarme a unas amigas suyas, convencido de que congeniaría con ellas de maravilla. Era tan amable y ocurrente, que me encontré aceptando su invitación.
La tarde en la que quedamos era la de un sábado aún cálido, y nos reunimos con otras tres chicas en un pub. Eran agradables. Percibí entonces algo que no había notado hasta entonces, y es que él estaba profundamente nervioso y desconcertado, algo fuera de lo habitual.
Después de una tarde correcta aunque algo simple, me despedí y no volví a verle hasta el siguiente lunes. Entonces le ví inusualmente triste y me confesó que estaba profundamente enamorado de una de las chicas y ella no le hacía caso.
Poco a poco las quedadas se fueron sucediendo y, aún no entiendo bien cómo, me encontré en medio de una historia que me daba igual pero en la que yo le estaba ayudando sin saber el porqué.
Y fue un miércoles, cuando me dirigía a comer de nuevo a aquel bar, comprendí claramente que me daba igual aquel tipo, su historia, su vida, su pasado o su futuro, y como no me interesaba en absoluto, ni encontraba un sólo motivo para seguir aguantándole, dí un giro que desvió mi trayectoria. 180º para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario