La cabeza se resiste a perder la razón, aún a punto de hacerlo definitivamente. El Estado sanguinario que se cobra cada aliento, cada respiración, con un nuevo ahogo.
Perdida la protección de la especie, la esperanza del relevo natural y el hasta ahora omnipresente futuro, induscutible necesidad humana de poner o encontrar esperanza y sentido en cada segundo y cada acción, reservados a la indignación, respuestas a preguntas que enmudecen cuando el dinero manda y obliga, toma sin devolver a cambio nuestra vida, sólo queda la incertidumbre en el disparadero.
Parados tributantes a Hacienda, requeridos y expoliados de cantidades que no cobradas, hijos que no saben a que han venido a este mundo, corrupción e insulto a la inteligencia, ERES que contradicen pingües beneficios, democracia sangrante y madrastra por llamarla democracia, pero nunca con mayúscula.
Vivimos el extraño delirio en que todos eramos posibles, todo podíamos ser alguna vez, perplejos asistimos al abandono de cadáveres en la cuneta de la normalidad. No hay derecho a que no se puedan pagar las facturas, pero es que tampoco lo hubo nunca a morir de hambre y sed durante toda la Historia.
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