Alejándome del oriente, perdida del occidente,
rota la moneda del cambio siempre
por la misma cara egoista,
ausencias de escucha e interés sincero,
a vueltas con la medida de la primera persona
y apegos asfixiantes desde miedos inconfesables.
La búsqueda de querer ser comprendidos, justificados
a nuestra imagen y excusas, a nuestro ojo distorsionado
del ser que nadie ve ni percibe, salvo en nuestros actos,
palabras y el olor de la piel antes de la descompuesta
eternidad y desde un dios adecuado moldeador de virtudes
que nos son cercanas y de infinitos perdones.
Anonimato, solitud, desapercibimiento, silencio, palabras
que producen terror y desconfianza, en tiempos
donde mostrar es el único equivalente posible de ser.
Y no hay mayor soledad que la compartida, la distancia
de los desiguales, el desencuentro y el lenguaje incomprensible
que se abre abismal ante recuerdos acuñados como propios,
nosotros, celosos guardianes de atesorado pasado,
personales e intransferibles proyectos de pequeños humanos,
tristes, solos y sordos
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