Promesas y sueños que tardaron años hasta que la memoria los va relegando, posterga y olvida. Recuerdos de otra persona que se peinaba ante el espejo mientras volvía la mirada a la insolente edad en que todo se sabe aun sin haber experimentado desgaste, ni roce del un tiempo que vence la frente y abate la espalda de sudores y velas.
Aprietos de corazón en vilo, prolongaciones de vida, y días que abarcan noches enteras sin fin. Un ser perfecto hasta llegar a otro día para comprender quién no es, dónde no llega. Lo que cuesta respirar, pensar, actuar y seguir intentando comprender.
La luz es un halo de vibración temblorosa, y vivir un aprieto que ya no es ni puede volver a ser, demasiado cansado, demasiado tiempo, mejor partir, dejarse ir sin pena ni gloria. Por última vez mira sus manos, extrañas manos de venas surcadas, manchas y arrugas, pequeños derrames violetas. Casi desconocidas, parte de un cuerpo que se ha ido forjando en la incomodidad y cada vez reconoce menos salvo por lo que duele.
Tanta pasión, tanto empeño, sufrimiento y contradicción, tantos trabajos y amores, y al final todo ha sido un suspiro.
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