sábado, 20 de mayo de 2017

Apelmazados

El reflejo de las hojas y un cielo invertido abisman mis pensamientos, mientras en el mecánico impulso contesto monosílabos ante el habitual monólogo, donde cualquier otra conversación acabaría en un devenir con regusto a reproche, esa cierta rabia que nos excusa y justifica mientras cree esconder la frustración y hacer responsable a cualquiera. Hasta aquí hemos llegado.

Lo aprendido, todo lo consabido y lo más que previsible, agotado el repertorio, y lo porvenir que nos arrojará a una pendiente irremisiblemente. Todo comienza a envejecer, entre desconocidos surcos en mi cara y un mundo que acelera su movimiento centrífugo de tal forma que nos acabará expulsando. Las viejas relaciones se desdibujan en una mayor insolidaridad que llorar por un instante en seguros entierros. 

El sueño se torna extrañamente breve y desplaza la onírica nocturna por dolorosos anhelos a la larga luz del día.

Ya no hay mano que tender, nada a lo que aferrarse o por lo que luchar, ni convicciones absolutas, apenas la certidumbre y la incertidumbre de cómo nos vamos apelmazando entre estas fibras que una vez fueron sensibles.



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