Una corona de muertos y geranios, del gris de las olas reflejando lluvias en fosos.
Arrostrar el dolor de vivir días eternos sin propósito, si debería irme o haberlo hecho ya antes de llegar a este punto, no haber asistido jamás al desenlace fatal de esta fase adulta idiota y convulsa que de alguna forma sospeché, y heme aquí en la disposición de lo porvenir y ante la única certeza de contemplar mi propia limitación, mi yo finito.
Mi amor es doloroso, terriblemente feroz, un vacío abismal demasiado descarnado como para permitirlo existir.
Arrancar anhelos inconclusos, estrellarlos en la exacta distancia que nos tiene que separar y no transgredir nunca el deber en la presunción de tu inocencia. Un error y todo habrá acabado, esa breve complicidad en el leve olor de tu mano, aunque sean migajas, sobre los cacahuetes que arrojas a mi jaula.
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