De nada, gracias.
Para nada.
Por nada.
Nada importa, fijar sus propios ojos fingidamente distraídos y corteses sobre aquellos con unos segundos de mayor intensidad en que nada espera salvo ese instante y enorgullecerse ante tan pobres ínfulas de poder.
Oscilantes manillas de un reloj estropeado entre el desinterés y la preocupación, marcan la piel desnuda, quemada que sigue desintegrándose en el vago recuerdo insatisfecho de todos los deseos perdidos y, cuando ya se ha aprendido a ni siquiera formularlos, ya sólo forman parte de huesos doloridos y viejos humores.
La necesidad de traspasar las palabras se agolpa en cada respiración, pero la contención de las normas obliga a decir lo que se debe ser oído sin más y nada más. Nada es para siempre y nada quedará luego. Esto es feroz y brutal como sobrevivir, el egoísmo se acaba aprendiendo y se forja seco, golpe a golpe sobre la frente y las mandíbulas.
Tiempos dilatados en estrechas soledades, para cruzar un instante de encuentro con cualquier excusa, o quizá la simple complacencia en la propia angustia es la prolongación de ese juego que tantas veces separa como une ¿cuántas veces más y hasta cuándo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario