miércoles, 21 de junio de 2017

Fatalidad

No me relaciono,  evito la vida social y son tan escasos aquellos a quienes frecuento que aunque me duele me fuerzo a hacerlo en un último intento.

El estigma queda indeleble cuando la fatalidad se cruza en tu camino tantas veces que sabes que siempre volverá, y son demasiados los surcos trazados como para encontrar la pista de esa aparente tranquilidad, esa extraña felicidad que crees ver a tu alrededor y quisieras usurpar por un instante. Emprender esa nueva vida ajena no parece suficiente para escapar de la alargada sombra, compartirla resulta demasiado insoportable para cualquiera cuando no puedes ya recordar otra cosa de toda tu vida.

Forjando miradas a imagen y semejanza, desde los puntos cardinales y comunes de la vejez que nos acechan indirectamente a través de otros. Pero debo callar todo lo que sé por adelantado, y jugar el juego asexuado de la inocente camaradería mientras los cuerpos se revelan en cada gota de sangre, deslizando miradas que se distraen y encuentran. Todo puede saltar por los aires, estallar en pedazos y ella habrá vencido otra vez, ganado todas las partidas. No, nada debe ser desde el prisma de lo formulado correctamente pero ésto es la entropía de la entropía, dice, y no soy capaz de apartar la mirada de su ombligo hipnótico que acaba apartándome de mi propio centro de gravedad mientras deslizo la caricia de mis ojos sobre el roto de su cráneo.

Observo mi silueta abrumada bajo el peso de tantos sueños estrellados, bajo el silencio de todos los deseos no formulados y los besos que nunca hablarán por su boca.

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