Esta continuidad que llamo vida, media en busca de explicación, la otra media sin una sola posible.
Debí llegar tarde y por sorpresa, mucho después que mis predecesores que me miraban extrañados y recelosos, un ser tan pequeño como poco interesante, demasiado ruidoso e incomprensible.
No recuerdo juegos tempranos en compañía, pero sí una temprano distintivo de diferencia que se fue abriendo camino hasta marcar una nítida e indeleble timidez que rodeaba esa soledad donde ser yo sin molestar ni ser molestado.
Y aunque crecí solitario, aún fui capaz de interactuar amable y educado, siguiendo y dando conversaciones de coherente contenido, cierto humor y hasta de mantener cierto cariño, sobrellevando el horror que me producían casi todos los humanos.
Gesté mi existencia con la sensación de una verdad relativa, siempre en el anhelo de otra cosa sin saber cual fuera.
Y de repente, cuando el tiempo comenzaba a precipitarse inexorable, me encontré y supe quién era, que era y que no lo que quería, y aún teniendo más claro que nunca mi ser, aparecieron nuevas trabas, la edad, el sexo, la corrección, el tiempo y las distancias, la piel y un alud de normas adultas bajo las que se ocultan imposibles, deseos incofesos, alcoholismos desérticos, envidias infinitas, odios pobres, amarguras y soledades impenitentes, miedos terribles, amores carpánticos y hambres insaciables.
Como Uds. pueden leer, un ser que creyó aprender con fruición, pero hoy aún más bien olvida. Sin pena ni gloria.
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