Duelen los domingos
detrás del estómago,
en el punto justo dónde
requerimos el alma
antes exhalarla
lejos y para siempre.
Tantos instantes
de perdida eternidad,
preceden el tedio
de obsesivas rutinas,
inacabables carreras
para alcanzar
a sostenernos sobre
la misma baldosa,
un largo hilo de
saliva fraguando
nuestra tela de araña,
y el balbuceo del
egoísmo empaña
sus ojos de
lechosas irisaciones.
El ánimo belicoso
de tantas batallas inútiles.
Duelen los domingos (y los lunes...) si no hay estímulo para mitigar el dolor, domingo rutinario como preámbulo de más rutina.
ResponderEliminarAbrazos