jueves, 21 de diciembre de 2017

Huida

El cerco se iba estrechando, acorralando años sin solución, angustias apenas mantenidas a raya para acabar naufragando en medio de la sorda galerna. Enfrentando un terror siempre por encima de lo razonablemente soportable, desde la maldición de adonde no se puede volver y en realidad nunca se disfrutó y hacia donde se precipita el abismo desconocido que en un fin estrechado.

Presentí sus pasos presurosos y, torpemente, sujeté el cierre del ascensor mientras el estrecho hueco apenas permitía entrar y nos precipitamos tan torpemente cerca como para no atrevernos a mirarnos.

Sostuve mi compostura, amable y distraídamente neutralicé mis impulsos y desbordados pensamientos, la vieja herida, el sempiterno vacío que nunca encuentra cordura ni remedio, un cometa errante en pos de lo imposible, la irrealidad de los besos en los desconocidos versículos de su boca.

Pero vuelvo sobre mis pasos, cauteloso y doliente para que evitar que todo se pueda descomponer más aún y que al menos el  aire nos sostenga en la misma equidistancia, el color del cielo sea un pantone y la medida exacta de nuestras palabras nos permita huir al burladero de los sentimientos.

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