Me trajo a la memoria, la juventud impaciente
de amores locos y atrevidos, de imposibles
ignorados cuando el yo se imponía al mundo
y por encima de él, tan solo el roce del aire suave
en la piel inflamable de deseos de lo desconocido,
abiertas pupilas dilatadas de noches propias
y poseídas, por derecho usurpadas a impulso.
Envueltos en complices vibraciones,
cuando la música era
suplantación de nuestras palabras
y comprendíamos sin tener que explicarnos nada.
Todo aceptamos con tal de que fuera nuevo,
sin previa antelación, todo al borde de cada momento
improvisando, espontáneos, eléctricos
de nuestra propia química cerebral, hormonal,
animal. Donde el juego del descubrimiento era
la única meta para conseguir cambiar el mundo
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