miércoles, 23 de mayo de 2012

Guitarras

Suenan rasgadas en la noche, elevando "Alma, Corazón y Vida" a la quinta esencia del tipismo otra noche más. La actuación programada de antemano, la improvisación se deja a los espontáneos que, coreados de sus amigos, se lanzan al inexisitente escenario.

Fue una noche mágica, cuando el churrasco humeaba en las mesas y El Cóndor desplegaba su maduro y enérgico vuelo entre la cocina y la canción, siempre de buena gana, su atractiva presencia con ese leve deje de seductor y encantador hombre culto y vívido que ha amado mucho, que ha sufrido mucho.

Del alcohol que empapa sus besos tristes y desesperanzados, amigo de sus amigos, de sus hermanos desaparecidos por el horror humano, de una vida llena del amor sexual que ahora le falta, del largo, largo exilio, no se habla mientras sigue el patrón preestablecido de la actuación y calla sus gustos en favor de los del público, ese público variopinto que busca ser divertido para empezar a entretenerse. Él calla todos los cantos de la vida que esconde, hombre público retorciéndose en lo privado.

Esa noche el aforo no estuvo completo, no hubo espontáneos y el repertorio se cantó entero. Esa noche el público empezó a marcharse antes y quedamos pocos, tan pocos que podíamos hablar, escucharnos y mirarnos a los ojos, y entonces comenzó el verdadero concierto de la emoción, de los recuerdos, de la vida que hemos pasado y por donde hemos pasado. Y recuperamos nuestra memoria de almas tapiadas cuando Violeta Parra nos ponía sus versos eternos de nuevo en la voz y el tango más arrastrao nos tumbaba de amargura, en medio de una noche fría y protectora.

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