Se moría, no podía seguir ni un segundo más, aquella soledad que le oprimía y todo el pasado, su pasado que vuelve con todo el mal hecho pasando factura.
¿Cómo se puede apartar todo ese peso de su pecho? ¿ese ahogo que le sube aferrándose a su garganta?
Genes que aparecieron hace años en una cita inexcusable y ahora dominan por completo su ser inconsciente, falto de toda empatía y respeto.
Un interlocutor rápido, una excusa y un vínculo en el trance de muerte, incluso un fantasma que podría volver para reclamar atención.
Llevó todos sus disco y enseres y le dejó nombrado, de viva voz, heredero de sus tesoros que sólo para él lo eran. Imposible decir no, tampoco sí, parcial e irracional.
Los días transcurrieron entre un ingreso y otro, un episodio de exacerbar la realidad y poner al límite las competencias de las instituciones sanitarias. La exigencia que denota su propio apellido y estirpe. La doble faz que arroja reveladores datos sobre su comportamiento y manipulación de todo y de todos.
Fuera, otra vez fuera. Otra vez solo en los días plomizos que le derriban echando su nuca hacia atrás. Deambular por la casa helada, las paredes mudas pero incapaces de acallar los murmullos incesantes de su cabeza parlante.
Una nueva incursión a cualquier hora del día o la noche, intempestivo siempre, infausto y desafortunado, un casual pasar a preguntar por aquel enser o cualquier otro asunto que nunca viene a cuento de nadie, sólo vive para su obsesión. Ha de mantener la atención, poco a poco o de golpe, exigirla cuando no es capaz de disimular y vuelve a desenvolver sus artes de embaucador trasnochado, de dictador y amo abandonado.
Y allí se encuentra a la puerta hoy todos sus enseres y una orden de alejamiento en el buzón. Y encima, alrededor, hay que revestirse con una camisa de fuerza para aguantar.
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